miércoles, 1 de agosto de 2012

Fragmento de Elogio del Proxeneta. Luis Miguel Rabanal


 


23 de abril
No soy capaz de acostumbrarme a aguantar acostado sabiendo como sé que la rúa está apacible y que la gente sospecha, por las pintas, que el perfume agobiante del calor será definitivo. Aunque establezca ordenar en perfecto estado de revista las cosas en mi mente, por escasos intervalos que asigne para finiquitar este cuaderno, yo no me postraré lo mismo que un cadáver reciente en su esquina de detritus. Superado el miércoles, es como si tuviera contados los segundos para abandonar el paquebote. Para colmo el páncreas y la gota, sendos hervideros de aguijones, y Laura que insiste en sonsacarme por qué no se le empina a D. si ella lo prepara bien y se limita a ejercitar con él satisfacciones antiestéticas que con anterioridad sí que resultaban. Complejo reflexionar así, incómodo descuartizar el recuerdo con los párpados cerrados y sin la dosis palpándome los bronquios para socorrerme en lo de retocar iconografías, entresacar nombres propios del baúl o cruzar los dedos si, irrevocablemente, se nos ha ido a pique la ganancia. Alguna vez la derrota no tendría que ver con el cinismo, sino con la sinceridad inconsolable puesto que en la boutique del pan se nos machucó Betty con jarrones y desmayos. ¿Embarazada de Cluck? Sobre el alféizar emplazan coronas de azaleas y es la señal: se inclinan a sugerirme de esta guisa que me queda poco poco poco poco poco poco.

24 de abril
Espléndida la mañana, espléndido mi humor, espléndidos los ojos que me atisban cuando asiento los capítulos de precios sin la tortura de las onerosas fechas precedentes. Presuntuoso comprobar cómo, por desgracia, de la más horripilante negrura se deriva una fluorescencia que llamaríamos interminable por lo abstrusa y bien venida, o por lo borde, y cómo a traición nos sobrecoge blandamente el cerebelo. Dormí ceñido al vientre liso de Belar y por casualidad me encuentro con un ser privilegiado que no soy yo. O que sí soy yo, depende; quizá la polinización que me genera una alergia irrisoria y me ataca como a Azucena, una becaria de Campo Nubes con la que me codeo, ese algodón que flota sin piedad ante el cenador y, al desbandarse, me obsequia horas, acaso todo un día, de plenitud, de desahogo. Belarmina trepó a mi mesa, me liberó de la boina y a horcajadas de mi cuello se le escapó musitar abuelito dime tú y chúpate eso. Como broche, me lavó en silencio entre los muslos, me mordió los labios, me la meneó con la exasperación de un demonio inconmovible y arrasado, pobló mi noche de esperanza en la Humanidad mediante argucias exquisitas. Reposamos como dos novios resentidos y gentiles. Ahora le agradezco desde aquí mi salvación y me aturdo con los ruidos de la calle, tan diferentes a los pestañeos sigilosos de la Sal, y me encierro a releer la voluminosa monografía dedicada al Bakunin presenil en la que me topo con soflamas en el margen. A ver si así tiene sentido alimentar la vida, pegar saltos en la planta baja con las nenas al anochecer y detallarle al desamor que ese cuerpo que no nos relega pese al maltrato del dolor y de la angustia es acomodaticio...

S.M. me llama por el walki. El pretexto, requerirme más perseverancia en el negocio ya que no ignora que los plazos últimos han concurrido erróneos, rezagados como tranvías en desuso sobre vía muerta. Me conmina a cumplir con la responsabilidad juramentada de prodigar placer a los asiduos aun hallándome a la sazón gravísimo. Que no se me inmiscuya. Y que se instale en los tocadores del Averno, su club de segunda categoría o de tercera, a meterse con Marcia y Rodrigo, sus apuestas guardaespaldas. No obstante, para esta medianoche se nos ha oficiado la cita de supervisión a nuestro Gran Burdel del señor Ministro sin Cartera. Charlotte deambula atareadísima permutando las alfombras iraníes, vaciando de colillas los ceniceros e introduciendo en la maquinita expendedora condones de frutas, de pinchos, de colores. Un personaje tarambana y depravado. Y sus propinas, por lo que ellas divulgaron por la tarde, la mar de envidiadas. Se intuye la noche amable, jodedora...

25 de abril
Mañana estrenaré cuaderno porque transcribo las líneas finales, las que me ocasionan más quebranto abdominal. Cada uno que completo me provee de un tedio escrupuloso que rechazo. Es la vida que transcurre y culmina con atributos de indecencia, labios amoratados y murga para la capitulación. A la memoria le sucederá el Sanatorio donde embeberse de presencias, sobre una nota en blanco se trocarán pronto en amago de ignominia. En una palabra, eclecticismo. Pero mientras se proclama y no se proclama el corolario, testimoniar que hoy vuelve la lluvia a concretar la perspectiva que me sobrevive, y la tos ferina, otro desaire personal con mi desánimo, y hay niños en el pasaje comercial que sollozan como una expiación que ya no sirve. Reaparecen la lluvia y la oscuridad a inundar las serosidades de mis ojos y presiento más mañanas y más noches de indeterminación. El pajarraco apenas ya si habla, es más que creíble que a causa del desprendimiento de retina. O por fimosis. Las cocotas prolongan su letargo a solas con sus orgasmos preteridos. Y yo, yo estoy magníficamente huérfano... Qué descorazonador es todo.

Luis Miguel Rabanal
De "Elogio del proxeneta", Ediciones Escalera, Col. Trayectos, Madrid 2009

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