martes, 25 de septiembre de 2012

Un poema de amor y veinte versos de mierda. Iván Rafael

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»
(Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Pablo Neruda)

Michael Winterbottom. 9 Songs


No puedo escribir un poema de amor esta noche
y recitarlo luego como un balance de cuentas.
Las cifras tiritan en los paneles de la Bolsa
alumbrando una noche con las estrellas en venta.
Los pretendientes pujan debajo de los balcones
cantando serenatas en la jerga financiera.
No puedo escribir un poema de amor esta noche.
No puedo escribir que me siento como una cartera
donde tu eres un valor repartiendo dividendos
con un saldo positivo entre ganancias y pérdidas.
Que tus manos dan rentabilidad a mi producto
aumentando el rendimiento del flujo por mis venas.
Que tus labios son una oportunidad de negocio
si amplias tu demanda para colocar mi oferta.
No puedo escribir un poema de amor esta noche
aunque abras tu sesión y repunte mi tendencia.
Aunque nos fusionemos y coticemos al alza
y mi capital de beneficios entre tus piernas.
No quiero escribir un poema de amor esta noche
sino veinte versos de mierda.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Un fragmento de Los Cuadernos del Hafa, de Pablo Cerezal.


Tampoco tenía mucha importancia el nombre tanger restaurant impreso en la carta, ni la equívoca descripción de los platos en un francés de andar por casa descalzo y sin cervezas en la nevera, ya que, al fin y al cabo, yo prefería seguir pensando si nos encontrábamos a las puertas del Atlántico, para no reparar en el sudor que dibujaba senderos en mi frente o el incipiente sucedáneo de epilepsia abrazando mis muslos mientras ella me sonreía y pretendía explicarme los ingredientes y sabores de las especialidades de la casa, buscando mi rodilla bajo la mesa, encontrándola y considerándola un estorbo en su camino hacia lugares más remotos de mi geografía. Y yo repitiendo mentalmente atlánticoatlánticoatlántico como un mantra subnormal, dando vueltas mentales a un mandala estructurado, en mi mente, de agua y peces, oleajes y playas, todo lo necesario, lo que sea, con tal de no desmayarme y golpear con mi frente el pegajoso hule que protegía la madera de la mesa con un ejército de florecillas de colores de incierta procedencia. Así que atlánticoatlánticoatlántico y sí, por supuesto, me parece bien, tajín de kefta, sí, y ella descerrajaba un disparo en mi líbido, encañonándome con sus labios certeros y mejorando su español cada vez que repetía comer con las manos, es bueno, luego tu poder chupar dedos míos, ¿sí?, vamos a comer con las manos, verás qué bueno, no pasa nada, luego te dejaré lamer mis dedos, y podrás seguir lamiendo toda parte de mi cuerpo que desees, ¿sí?, comeremos con los dedos como buenos marroquíes y después no los lavaremos, los dejaremos así para que tu lengua pueda lavarme y dejar impoluto mi cuerpo entero, ¿sí?, mejorando su español y olvidando el Atlántico porque ahora las aguas se habían abierto y, al frente, sólo quedaba ella, como un Moisés femenino, impío y libidinoso. Así que el español de ella, tan de juguete, repiqueteaba en mis oídos con la excelencia de un idioma perfecto, con frases que ella no pronunciaba pero que, de poder, de saber, sin duda, hubiera pronunciado. Mientras, yo anticipaba ya el momento en que, definitivamente controlados mis nervios, pudiera hundirme en el océano, mar o laguna (¡qué más da ya el tamaño de los flujos acuáticos!), de su vientre.


Más sobre Los Cuadernos del Hafa siguiendo este enlace.

martes, 18 de septiembre de 2012

Placeres. Daniel Fernández

© José Bénazéraf  L'éternité pour nous, le cri de la chair



1
Cae la tarde
y salgo a pasear
con mis cachorros.






2
Orinar en la tierra,
cagar en el camino,
hacerlo donde pille...






3
Dormir desnudo,
bañarse idem
y comer con las manos






4
Desde pequeño,
la piel se eriza
si me secas el pelo.






5
Desnudarnos.
Estar en tu regazo
y que estés en el mío






6
Ver estrellas fugaces,
salpicarte de besos,
leerte y que me leas.









7
Que me abriguen tus ojos,
comerte y que me comas,
contagiarnos la risa






8
Cobra sentido
descubrir lo que sea,
pero contigo.






9
Beber tu jugo,
despeinarte despacio
y despenarte.






10
Sudar contigo,
confundir nuestras tripas,
nuestros latidos.

Enunciado (fragmento). Sergio Gaspar

Extraído de Estancia (DVD, 2009)



No podré.
Pronunció las palabras en baja voz, apenas en un susurro, mientras observaba el suelo de cemento y aguardaba una respuesta, porque cualquier gesto le serviría ahora, una orden enérgica, una caricia que recorriese su espalda, un golpe de castigo en la nuca, un tirón suave o firme de la correa que reunía su cuello  con la mano derecha de la mujer que permanecía a su espalda en perfecto silencio, quieta, hasta rozar la desaparición.

Cerró con fuerza los ojos, persiguiendo recuperar la excitación perdida, salvar un resto de erección que justificase la imagen de su cuerpo a cuatro patas y desnudo, sosteniendo la larga y gruesa cola de felpa que colgaba del anal hundido entre sus nalgas.

Se vio entrando tras la mujer en el hipermercado dos horas antes. La vio vestida exactamente como él se lo había indicado, igual que la vería ahora si se atreviese a abrir los ojos, separarlos del suelo, y girar la cabeza hacia atrás, al punto del pasillo desde el que la mujer empuñaba la correa. Vio sus caderas y sus muslos marcándose bajo la falda gris ceñida. Vio la tela llegar a sus rodillas y transformarse en dos columnas de charol brillante y blanco, terminadas en tacones de aguja. Vio a la mujer dirigirse con su traje chaqueta a la sección de alimentos para mascotas. La vio proceder exactamente como él se lo había indicado: retirar de las estanterías varios paquetes y bolsas de comida de perros, sostenerlos entre sus manos el tiempo suficiente para que él pudiera gozar con la figura de la mujer mientras leía la lista de los ingredientes, mientras estudiaba los alimentos más nutritivos y sabrosos para su mascota.

El marido le había entregado el guión a su mujer cuatro días antes.

Guárdalo. No quiero que lo leas delante de mí. Quiero que lo hagas en el trabajo mañana. Que lo leas a solas.

El hombre la penetró aquella noche con violencia. La puso de rodillas en el borde de la cama, la cabeza entre las manos, y la golpeó con el pene hasta obligarla a gritar. Antes de cada penetración la llamaba perra. La llamó sucia perra de mierda, sólo eres mi sucia perra de mierda, mientras se vaciaba en su sexo. Después, todavía con el pene en su interior, le dijo que la quería. Ella lo oyó.

Mónica leía en el despacho con un dónut de chocolate en la mano.

Había atrasado el momento de sacar las páginas impresas del bolso para prolongar la excitación que le producía aquel gesto inesperado de su marido. Hacía tiempo que Javier la había acostumbrado a representar sus fantasías, más aún, que la había forzado a descubrir y aceptar que las fantasías de su marido se habían transformado en las suyas.

Javier le describía con precisión el escenario y los personajes, la ropa con la que debería vestirse. Le concedía un nombre y una edad. Se llamaría Montse, por ejemplo, y actuaría como la sumisa de un amo que iba  cederla por primera vez a un desconocido como prueba de obediencia y amor.
Había sido obligada a lamer de rodillas, con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda, los testículos del policía que la interrogaba, forzada a suplicarle a su interrogador que se corriese en su boca. Entró con quince años en el despacho del director del internado, un hombre que la doblaba en edad, un hombre vestido con un traje oscuro, que empuñaba una regla de plástico y que le ordenaba a la señorita quitarse las bragas ante él. Después la apoyaba contra su mesa, la obligaba a levantarse ella misma la falda y a mantenerla en alto el tiempo que durase el correctivo. Era virgen, y tuvo que elegir ante ese director entre perder su virginidad o que la penetrase por el culo.

Mónica se llevó a la boca el dónut de chocolate y lo mordió por primera vez.

Era la primera vez que Javier usaba un guión escrito. Cuando le anunció que escribiría el guión de un ritual, sintió aquel temor violento y conocido, idéntico al que la asaltaba las últimas semanas durante la representación de las fantasías y que contribuía a excitarla y turbarla todavía más. Reconocía aquel miedo a traspasar una frontera tras la que no encontraría el dolor y la humillación sin escenificaciones, sino algo aún más aterrador: la posibilidad de dejar de amar a Javier. Llevaba semanas intuyendo que corría y buscaba un peligro oculto en aquellos juegos deseados e impuestos, percibiendo el vértigo creciente de no desear más a su marido, sino a los hombres que la estaban poseyendo.

A Mónica le encantaban los donuts de chocolate. Sacó el segundo de la caja y empezó a leer.

Cuando la mujer regresó del trabajo, Javier la estaba esperando. No podía, quizá no deseaba tampoco, disimular su impaciencia. La mujer cruzó el salón y se sentó en el sofá, al lado de la butaca que ocupaba el hombre. Abrió el bolso y sacó las páginas impresas.

Lo haremos con dos condiciones.
Entonces, ¿estás de acuerdo?
No contestó.
Lo haremos con dos condiciones. Una: la palabra de seguridad no será la del guión. La palabra será donuts.

El hombre sonrió.

Te burlas de mí. Veo que te has disgustado.

La mujer no contestó.

Dos: tu perrera no la montaré en nuestro dormitorio, sino en la habitación del sótano. Mañana saldré antes del trabajo, así compraré tu uniforme y lo necesario para amueblar la perrera. El sábado por la tarde me acompañarás al híper y te mantendrás a distancia mientras me observes elegir tu comida. Cumpliré el guión y quiero que tú lo cumplas. A partir de ahora, empieza tu ayuno, sólo beberás agua. En las próxima cuarenta y ocho horas, hasta que te baje a la perrera, no te ducharás, tampoco te la lavarás las manos. Si cagas, no podrás limpiarte. Recuerda que los perros no se tocan, tú tampoco te tocarás, ni siquiera para orinar. No te cruzarás conmigo en el trabajo. Desde este momento no te dirigiré la palabra ni quiero que me la dirijas.

¿Puedo decirte una cosa, cariño?
No puedes decirme nada, sólo donuts.



lunes, 17 de septiembre de 2012

Besos Eléctricos. Noelia Olmedo "Anaïs Nit"


© Alain Robbe-Grillet  Glissements progressifs du plaisir 


Te excita que escriba palabras obscenas grandes como naranjas perfumadas, suculentas y calientes. Palabras que te hagan agua, que te derritan entero, que vuelvan del revés todos tus sistemas y oscurezcan tu razón.

Lames la pantalla mientras tu mano sudorosa toca tu polla tiesa y estiras cada segundo de fantasía eléctrica. Me imaginas húmeda, abierta de piernas para ti.

Y yo juego. Juego como la ludópata que soy. Niña mala sin esperanza, sin gloria. Juego y mis pechos están desnudos y mis piernas están separadas. Tecleo palabras mojadas para ti.

¿Pero ésta que escribe quién es? Me pregunto asustada. Una niña oscura. Mujer quebrada, perversa de deseo, deslenguada. La niña sin bragas. Tu sucia lolita virtual que come piruletas de fresa eléctrica y se toca delante de la webcam como si no hubiera un mañana.

La que está dispuesta a dejarse vencer. Para ti. Un apetitoso regalo.

Sé que no dejas de pensar en ello. Tu pequeña rutina se ha poblado de turbios reflejos de mi carne, de mis tetas bamboleantes sobre el teclado. De mis labios entreabiertos y sudados.

Me rondas como un gato en celo. Desde la distancia te huelo. Me dices que te gustaría olerme, hundir tu nariz entre mis muslos y aspirar hasta la locura.

Jugamos una y otra vez. Esto es peligroso. Porque empiezas a poblar mi vida con tus exigencias, que me vuelven loca, que deseo complacer. Siento que ya no tengo el control.

Internet era nuestro secreto, y allí nos tocábamos como dos adolescentes cachondos. Pero ahora, todo se ha vuelto frágil, insólito, porque hemos roto la última frontera. Hay una línea que no debimos cruzar.

Pero cruzamos…

Nos hemos pasado los números de móvil. Hemos concretado el encuentro. Te esperaré en el último rincón de la madrugada, desnuda, cómo a ti te gusta. Como yo deseo. Es este juego el que me mantiene cuerda, y en celo.

Así que seguiremos.

Mientras aguante el deseo.

:*

domingo, 16 de septiembre de 2012

Bambú. Carmen Pola




No estaba muy segura, ¿cómo debía colocarse? Quizá él orquestara todo y lo único en que tuviera que pensar M. fuera en abandonarse al placer de sentir por primera vez el calor y la suavidad de los dedos de Bruno adentrándose en el cuerpo a través de su coño. Sentía cómo crecía la felicidad resbalando por sus labios y pensó que cuando al tacto conociera su miel, iba a sentirse tímida y muy avergonzada, aunque quizás lo mismo le excitara sobremanera… Quiso entonces pensar cómo de mojada estaría su boca pero no con su gel sino con el de él, cómo sería su sonrisa más brillante que nunca cuando él dejara con sus yemas el gloss de su cuerpo como dijo que haría. ¿Qué sabría? ¿Querría entonces maquillarla con el color de su adentro una y otra vez?

La falta de referencia le dio la sensación de que el vagón le miraba y hasta era capaz de leer su pensamiento. Habían transcurrido pocos segundos desde que entraran, buscó a Bruno entre los pasajeros y lo descubrió observándola como distraído aunque en el fondo no perdía detalle. Estaba disfrutando al verla a escasos centímetros suyos, turbada y como perdida. “Por fin” pensó y la polla empezó a reaccionar de manera irrefrenable. Trató de no resultar inoportuno y se acercó cuanto pudo con el fin de que notara entre sus muslos cuánto la deseaba. M. buscó apresuradamente gentes más altas entre las que camuflarse y Bruno siguió sus pasos muy de cerca para que nadie pudiera descubrir su abrupto deseo. Se pararon uno frente a otro y entonces sucedió. Todavía no se explica cómo nadie lo supo, pues casi se sintió gemir generosa cuando la mano de Bruno buscó y mejor aún, encontró su clítoris. Pero no quiso detenerse en él y primero paseo con sus dedos sobre la anatomía oculta por la falda.

“Qué razón tenías” y en ese instante pensó que todo era desenlace, que tal y como le había dicho, era ya una sierva para lo que ellos, su sexo y su amo Bruno, la quisieran. M. quería seguir las normas del juego de los desconocidos (en realidad no eran otra cosa) pero el deseo de saber el crepitar de sus ojos fue más fuerte, clavó su mirada en la de él y entonces sí, el estómago se le hizo tan pequeño. Respiró profundamente y acercó la mano hasta lo suyo: “¡qué duro!”, bajó la mirada y lo imaginó como la primera y única vez que lo había visto. Sus ojos y ahora sus dedos ya lo conocían pero su boca y su lengua aún lo querían. Su nariz también deseaba olerlo y perdida en ese pensamiento, creyó que iba a empezar a correrse de un momento a otro. Volvió en sí rápido y cerró las piernas, quedando la mano de Bruno atrapada por ellas, entonces la miró y le sonrió, ella también rió. Cuando pudo zafar su mano de ahí, la cogió por el cuello mojándolo y atrayendo su cara hasta su boca, primero besó una de sus mejillas, ardía, y luego la otra.

“Próxima parada…” le hizo una señal con la cabeza y bajaron. Medio empujada la llevo hasta aquel rincón, con un golpe severo sobre los hombros consiguió que se arrodillara ante él, bajó su bragueta y le metió la polla con tanto vigor que casi consigue ahogarla pero no, a pesar de la novedad, M. estaba más que preparada y nada podría estropear ese maravilloso concierto. Apenas tardó unos segundos en llenarle la boca de semen, tan pronto le cogió de los brazos e hizo que subiera, quería verle sonreír rezumando su premio, ver cómo M. se relamía y gozaba llena de él. Acercó su mano de nuevo hasta su coño y con la primera caricia consiguió hacerle la perra más feliz. Aún no había dejado de agitarse que ya estaba ideando un segundo, un tercer y hasta un cuarto encuentro.

Así, Bruno la estrechó contra él y ella pudo notar la ternura percibida tantas veces en las cariñosas palabras que le escribía, “¡Fantástico Bruno!” No tenía ni idea de qué iba a ser lo próximo que sucediera entre ellos, cualquier cosa maravillosa pues, de cerca, era incluso mejor de lo que lo había imaginado.

Pocos días de primavera habían transcurrido y M. y B. supieron que esa no iba a ser una cualquiera, pero eso él ya lo había augurado.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Lo quiero fácil y que mole. Miguel Solivera



Moneando con lascivia en pos del frote
que erosiona las caderas. Sudor leve
que crece húmedo con cada rebote...
sonríen las piernas cuando al fin llueve
y retiemblan los muelles del jergón.
Fumarse el pitillo rapidito, mono-calada..
¿a quién no le gustan mínimo dos?
El primero sólo se sirve como entrada;

hasta el postrero queda lo más gozoso:
Tantra de caricias, uñas y embestidas.

Hasta el culmen resta lo jacarandoso.
Maratón rítmico de entradas y salidas.

Hasta la ducha falta lo más resbaloso,
lixiviar gimiendo aceites, fluidos y saliva.

Al musitar picardías todo torna donoso.
Habrá de arreglarse la cama con bridas.

La intensidad animal asoma lo doloroso,
¡nunca se bendijeron tanto unas heridas!

La mañana siguiente rememorar oloroso
colofón en la bañera flotando entre risas.

!Cáspita! estoy en mi lecho a oscuras...
ni la zurda está, me hallo sólo con *Sole.
No es justo. La realidad está bien cruda.
Voy a soñarlo de nuevo, fácil y que mole.

M. Solivera 13-11-2012

*Sole
Aquí contigo, querida soledad,
que de tanto juntos te llamo Sole,
la vida me ha hecho que a ti me amolde
y entre los dos haya una gran amistad.
Hoy a ti cariñosamente te dedico
en este lluvioso catorce de febrero
mis pensamientos y mundo entero
ya que por fin me considero tu amigo.
Hoy lo he de señalar en el calendario,
y no porque esté enamorado,
porque abandonas mi bestiario.
Tu grandeza de nuevo he abrazado
pues más vale estar solitario
que malamente acurrucado.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Pavana para una infanta difunta. Miguel Ángel Maya León


1




2
He derramado lo que quedaba del quinto dry-martini sobre el informe del forense. No he podido hacer nada por evitarlo. Todo me da vueltas. Me pongo a gatas en medio de esta semioscuridad para buscar algo con lo que secar el informe. No encuentro nada que seque. Una vez que te he dicho que “el informe del forense es concluyente y no deja lugar a dudas” algo se ha derrumbado. Hasta ahora el centro de gravedad era el triángulo claroscuro que formaban tus piernas cruzadas y el borde gaseoso de tu falda y tus ojos de gata casi obscenos. Te has ido, a la cocina, al baño, a cualquiera de las habitaciones, al trastero, a la azotea. No sé. No conozco este lugar. Me has traído domesticándome poco a poco. Y me has abandonado apenas te he dicho una verdad. Te lo he contado casi todo. El centro de gravedad o el epicentro de todo esto es ahora el dry-martini derramado. Todavía no te he dicho nada de lo que vi en el hipódromo y en el puerto. No me atrevo. Recuesto mi cabeza en la banqueta del piano. Desisto de mi intención de secar el informe del forense. Esto me convertirá en un ser mezquino cuando regreses. Lo sé, pero me da igual. Cierro los ojos. Empiezo a dormirme casi sin querer. Mi postura es la de un rocambolesco difunto: recostado con la palma de las manos en el suelo, junto al informe forense empapado, apoyando mi nuca en la banqueta roja del piano de donde tú acabas de levantarte después de doce palabras mías y ocho compases de Ravel. No has vuelto. En el duermevela imagino que te has quitado las bragas y que estás llorando en una de las habitaciones que imagino más allá de la oscuridad del pasillo. También imagino que tu pubis mantiene una danza de mareas con el colchón o las sábanas. Y que lloras y tiemblas y te mojas. No tengo fuerzas para volverme y oler la banqueta.

3
Ahora sí te huelo. Abro los ojos. La mancha de dry-martini ha llegado a la palma de mi mano izquierda y a la planta de tu pie derecho, que está exactamente a menos de un centímetro del meñique de mi mano izquierda. Mi codo derecho, apoyado en la banqueta del piano, como mi cabeza, siente el roce casual de tu pierna izquierda, cuya rodilla se flexiona en una lentitud etílica. No entiendo del todo tu posición. Trato de ubicarme. No sé si has llorado, porque no he podido ver tu rostro ni si están rojos tus ojos de gata casi obscenos. Te huelo más. El borde de tu falda cosquillea en mi pecho y en mi frente. Sudo. Trato de incorporarme, pero el interior de tus muslos aprisiona mi cráneo en un deslizarse suave que acaricia mis orejas. Todo es ginebra y absurdo. Tengo el origen del mundo a pocos milímetros: es lamioso y cálido. “Antes de esto necesito decirte lo que pasó en el hipódromo”, balbuceo y rozo mis labios con una topografía pálida y rasurada. “¿Y qué es esto?”, preguntas. Mi aliento alcohólico y caliente y mis labios rozando y rociando tu rosada piel rasurada medio entreabierta y lechosa. “Antes de esto”, qué estúpido. Tus dedos abren más tu sexo desde atrás. La falda se ha levantado. No cosquillea en mi pecho. Lo abres exageradamente y te sientas sobre mi rostro. Te sientas, me oprimes, esparces la baba del origen del mundo en una calidez sublime por sobre mis accidentes geográficos: la nariz, la boca, la barbilla, la frente. Es un vaivén casi imperceptible, un baile de jugos y carnes que monopoliza todos mis poros y sentidos salvo uno: reaundas la pavana con tus dedos. Resbalas tu coño empapado por sobre los accidentes de mi rostro y mi lengua. Acaricio la punta de mi polla que se agranda en una sucesión de pálpitos. Todos los poros de mi rostro están ya impregnados de ti. Tus dedos reaunudan la pavana. Mi lengua se satura de lava pero necesito decirte lo que vi en el hipódromo, y que los seguí a todos ellos hasta el puerto, y que también sé lo que pasó en el puerto. Mi polla está tan dura que cada vez se aleja más de todos los verbos que necesito decirte antes de adentrarme en el origen del mundo: el origen del mundo es un contrapunto de gruñidos y ritmos y músicas y en tu caso es lava y es un llanto homenaje por lo irremediable de lo que ha sucedido dos noches atrás en un hipódromo y en un puerto deportivo...

4



Tus manos se alejan del lugar donde se están reconstruyendo las últimas dos noches. Con el pie derecho pisas el pedal que alarga los Si graves que apuntalan las yemas de tu índice y tu pulgar izquierdos, y el Re, el Sol, el Si, el Fa que dejas flotando con el pulgar, el índice, el anular y el meñique respectivamente. El pedal se encarga de dejar ese acorde en el ambiente. El dedo anular derecho que no ha tocado una sola tecla araña mi nariz saturada de jugo blancuzco y se adentra abriéndose paso entre la carne que lleva a tu interior y mis encías. Lo sacas repleto de savia y lo deslizas por mi boca hasta el fondo. Me bebo la savia. Me dejas con sed. Vuelves a metértelo, ahora con movimientos más arrítmicos y crispados. Las falanges se confunden con mis labios y mi lengua, cada vez más enloquecida y vibrante. Sé que no has sido tú, me digo, cuando el acorde termina de extinguirse al compás de tus jadeos. Veré cómo salvo este informe forense y cómo maquillo de palabras lo que vi en el puerto y en el hipódromo.

5




Eso sí, una cosa es maquillarlo, me digo, y otra cosa es fingir que no ha sucedido nada. Me armo de valor. Y armarme de valor coincide con una montaña rusa de jadeos y el movimiento de toda una mano y toda una lengua y toda una polla necesitando desentrañar pliegues y muros. Te pegas a mí. Me haces daño en la nariz con los nudillos de tus cuatro dedos a medio entrar. Me asfixias. Te corres. Marco los tiempos mientras me armo de valor. Te armas de valor. Aprietas el gatillo. Una ráfaga atraviesa mi pecho. Te equivocas haciendo esto. Podías haber esperado a que me corriera. Otra ráfaga atraviesa tu sien. No sobrevivimos a veinte minutos de reanimación cardiopulmonar y a un fondo sonoro de sirenas. Por lo menos el forense de este caso tendrá una nueva razón para rehacer el informe. Odia que las bebidas se derramen sobre sus palabras.  

martes, 4 de septiembre de 2012

Folio 133 de Théâtre D'Amour

Extraído de Théâtre D'Amour. El jardín del amor y sus delicias. Taschen, 2004.


Folio 133 

Según un grabado de Giulio Romano, discípulo de Rafael y un sucesor en la dirección de su taller, Aegidius Sadeler II hizo una calcografía, que aquí se reproduce con los lados invertidos. Se representa la historia de Pan y Sírince según las Metamorfosis del poeta romano Ovidio, el entonces más importante compendio de mitología clásica. La ninfa Sírince era perseguida por Pan, dios del bosque, que la deseaba; se escapó y, para librarsede su impertinencia, fue transformada en un junco. Pan fabricó con él su instrumento, la famosa flauta de Pan. En la emblemática, en un símbolo de la aparición de la cultura; Freud hubiera dicho, "a partir del impulso sublimado". 






































Nayade era una de las ninfas; se llamaba Sírince. 
Pan, la cabeza coronada de hojas de pino, la vio y dijo: 
"Ay de ti, ninfa, cede al deseo 
de un dios benevolente". No pudo decir más. 

Naia una fuit nymphae Syringa vocabant,
 Pan videt hanc, pinuque caput praecinctus acuta, 
Talia verba refert, tibi nympha volentis 
Votis cede Dei, restabat plura referre.

Polymorphously Perverse

 De Celebrity. Woody Allen, 1998.







Y doblado al castellano para aquellos a quienes no les haya quedado claro:

sábado, 1 de septiembre de 2012

Compendio del arte de amar(me). Mara Blackflower



Quiero que me tumbes en la cama,
cogiéndome de las muñecas y quedando sobre mí.
Quiero que me mires a los ojos y veas mi mirada cautelosa,
reguladora.

Quiero que tus labios desciendan lentamente y besen mi corazón.
Que vuelvas a mirarme y sin despegarte tan sólo un centímetro de mi cuerpo,
más sería demasiado amor,
beses el lado izquierdo de mi cuello.
A continuación, el derecho.
Pero que sin llegar a parar más de un suspiro,
el mío,
bajes muy lentamente hasta mi cadera.

Que tus manos desciendan al unísono por mis muslos y los abran.

Bésame los huesos salientes,
hazme morir de placer,
una y otra vez.



Libro del estremecimiento. Ana Muñoz de la Torre

Él sabe leerme como nadie hasta ahora lo había hecho. En sus manos soy el libro del estremecimiento. Mi lector me hojea mientras me acaricia el lomo, entrega un dedo a mi boca y, tras rescatarlo empapado, empieza a pasar mis páginas hasta dejarme abierta por el capítulo de la turbación. 

Antes de continuar, venda mis ojos. De esa manera, desde la oscuridad que amplifica los sentidos, advierto cómo unos dientes me arrancan la cordura, una lengua me inflama el deseo, un cuerpo me apaga la sed. Tinta, papel, sudor, carne.

Finalizada la lectura, me suplica que done a su extensa biblioteca el ejemplar de la historia que acabo de contarle. Yo le aseguro que haré lo que me pide cuando tenga la certeza de que, a partir de mis palabras, no habrá más sherezades.

Pablo Gallo


Extraído de El libro del voyeur. Antología coordinada por Pablo Gallo y editada por Ediciones del Viento (2010).