jueves, 30 de mayo de 2013

No querer follarme a Rihanna nunca más. Maeve Madrigal




Tengo un póster de Rihanna frente al escritorio, para compensar, porque Rihanna está tan buena como cualquiera de ellas, igual de follable. Pero está vestida. Sí, esos cuatro trapos se pueden considerar ropa; al fin y al cabo tapan lo justo para que quede espacio para imaginar. Si algo falta en esta habitación es espacio para la imaginación. Mi compañero de trabajo está sentado ante la mesa de edición, bebiendo un batido de fresa que ha dejado una pasta repugnante y pegajosa en la comisura de sus labios. Un atisbo de barriga fofa y grasienta se le escapa de la camiseta negra, con un estampado blanco que reza, Arriba Insumisión. Yo miro hacia arriba, al techo de la sala de edición, lleno de manchas marrones y de agujeros, y me da por pensar en la manera en que nos quedamos atrapados, por no reflexionar bien si lo que anhelamos era, en realidad, lo que queríamos.

No creo que, para Barriga Al Aire, la complacencia vaya a ser nunca un problema. Este trabajo le llena como a un cerdo vivir en un lodazal. Y se comporta igual. No me malinterpretéis, no me quejo por tener un trabajo. De hecho no me quejo por nada, la verdad. Pero al cabo de un tiempo, de editar miles de escenas, de montar cuatro y cinco películas a la semana, este trabajo me empezó a afectar. La primera noche al llegar a casa, la tumbé sobre la cama y la follé como si no fuera a haber un mañana, hasta que entre suspiros y quejidos se oyó un pequeñísimo crack, igual que el que hace la fúrcula de los pollos asados cuando se parte entre los meñiques entrelazados, y ella me miró como supongo que mirarán los perros a sus amos justo antes de ser abandonados. En el hospital confirmaron dos costillas flotantes fisuradas y desgarro anal. Sí, hubo que dar explicaciones.

La segunda semana, cuando descargar toda la frustración sexual acumulada durante el día empezó a no ser suficiente, comenzaron los Juegos Olímpicos del Sexo, y empecé a follarla de pie en la terraza, bajo el sol de Febrero, leyéndola en voz alta Peribánez y el comendador de Ocaña, mientras ella prendía fósforos entre sus dedos ateridos. Luego, cuando el resfriado pasó a ser neumonía, aproveché que se pasaba el día en cama para introducir en su cuerpo cerezas que intentaba sacar luego con la lengua, con la sensación de que la piel de su vagina era una esponja que me absorbía la vida.

La sexta semana, cuando me cansé de despeñarme entre sus tetas, la metí en la bañera boca arriba y hundí su cabeza bajo el agua para ver cómo su orgasmo se traducía en burbujas atropelladas y náufragas, y su pelo rubio ondulaba bajo el agua como un cindario atrapando plancton bajo el mar. El agua salía en olas gigantes escalera abajo hasta el portal, y se corrió el infundio de que teníamos un lavadero clandestino de mascotas. Mientras, los Juegos Olímpicos del Sexo entraban en una nueva edición donde el sexo y el correrse comenzaba a ser lo de menos, y a mi polla le daba menos por jugar a ser Helicón al sonido de las musas que a mi cerebro por excitarse imaginando nuevas maneras de convertir el sexo en algo que no se pareciera en nada a lo que veía en la pantalla de la sala de edición. La pedí permiso para convertir en realidad cada fantasía, la dejaba saciada cada día y, los fines de semana, hacia realidad todo lo que ella me pedía: Hice las labores de la casa atrapado en de un corsé de color púrpura, y pasé el plumero con mi erección envuelta en una boa de plumas de gallina. Me cubrí el cuerpo de natillas y canela y pasé hora y media tumbado en la mesa de la sala, hasta que me lamió entero con la lengua; hicimos el amor como nunca antes lo habíamos hecho, a través del cristal de la galería, sin rozarnos ni tocarnos ni escucharnos, sólo mirándonos a los ojos a cuatro milímetros escasos.


Tengo la hipótesis de que estamos condenados a fracasar en todo lo que emprendamos si no lo hacemos con el corazón en la mano. Tengo marcado su último mordisco aún en mi cadera, como ella tendrá marcadas mis uñas en su cuello. Barriga Fofa mastica un par de antiácidos y aprovecha el metraje sobrante de ayer para arreglar un gatillazo en el rodaje de hoy. Reciclaje de orgasmos. Abro el IRC y me conecto con el nick de Barriga Peluda, Nefilibata, y en seguida se conecta ella con el suyo, MaeveEstefanía. Pero no hablamos. Lucho contra la imbecilidad que me ha arrastrado a un infierno en el que todo lo importante se ha desvanecido, y la ausencia de su cuerpo no tiene tanta importancia como el no poder recordar el sonido de su voz pronunciando mi nombre, o contándome una anécdota divertida; las arrugas de sus ojos al reírse se han borrado, y sólo veo su cuerpo desnudo y escucho sus gemidos. Cortamos y pegamos pedazos de cópulas humanas como si editáramos un reportaje sobre la subida del precio del petróleo. El colorete de las actrices porno siempre es demasiado exagerado. Las posturas siempre siguen la misma partitura porque el consumidor no quiere tener que imaginar nada. Y yo, ya no sé lo que siento. El vacío se planta ante mi y me recuerda que no estamos hechos para tenerlo todo, por más que duela. Rihanna sigue suficientemente tapada en su póster, chica lista, que sabe que, sólo en la imaginación, follar con ella vale su peso en oro y que traer al mundo real todo lo que quieres, a veces, cuesta una vida.

4 comentarios:

  1. Chica lista. Mucho mejor hacer ciertas cosas la imaginación. Aunque visto lo visto puede ser igual o más peligroso que hacerlas en realidad. ;)

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  2. LLegué también aquí, y me encuentro a mi admirado Bataille.

    Bisou

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