martes, 6 de agosto de 2013

Ese pequeño quejido (de “Nuestros cuerpos y tormentos”). Ericka Volkova




Ese pequeño y sordo quejido que expeléis como inconsciente consecuencia de la penetración certera y adusta es más que un apóstrofe simple, pues aun cuando éste por un pequeñísimo instante le emitís, evapora en el aliento la sensualidad de ese deseo acrecentado que os ha sido en el cuerpo cuidadosamente con las caricias entretejido, estremeciéndoos al contacto de los dedos deseosos que los pudores han explorado; que los recónditos recovecos han descubierto, deslizándose dentro de las coyunturas de unos senos ingrávidos de pezones enhestados o caminando cual paciente transeúnte por la espalda, escurriendo plácidos en el recorrido que la columna a los glúteos les lleva, adentrándose por la periferia de su circunferencia para en los muslos aferrarse y marcadles de un rojizo escaldo.

Cuando de la boca el quejido simple os es arrancado no es por la llana consecuencia sencilla de una dolencia producida, pues el grato suplicio del lascivo deseo con el lamento atrás ha quedado, y en esa intempestiva sagacidad que su pene os ofrece, os percatáis de su flexible rigidez cuando en la bragadura le sentís, adentrándose cálidamente palpitante, introduciéndose dócil al mandato de una pelvis que le induce distender los músculos de una vulva que, instigándole a su recorrido continuar, tenazmente le abraza por su cilíndrica curvatura mientras que en su adentrada travesía impedimento no encuentra. Deseosa os encontráis entonces del quejido en espasmódico gemido convertir, mas acalláis en la soltura del falo diestro que la cavidad abandona, deseándole en sordo clamor que el quejido nuevamente de los labios os sea extirpado, que por la vulva húmeda él nuevamente profundo se introduzca, y sin áspero sosiego, con ese pequeño quejido, le exhortáis os traspase una, y otra, y otra vez.

Escucháis entonces la voz propia y sentís los sonidos que el cuerpo os recorren, acariciándoos de su aliento que desde los hombros por la espalda a la cintura escurre para a las caderas asirse, y en el movimiento continuo descendéis las piernas para unidles, oprimiendo su pene para entorpecer su empuje, ajustándole a la conformidad de los muslos y vagina, retardando la inevitable viscosidad que, profunda, habrá quizás tarde de ser expelida.


Ese pequeño y sordo quejido, cuando de la boca os es arrancado, no es la llana consecuencia sencilla de tan sólo ser penetrada.




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