domingo, 29 de septiembre de 2013

La sirena. Maynor Xavier Cruz





a Awixumayita Atiyamuxiwa



Hay una sirena en Poneloya
que siempre espera a alguien que no llega.

Se aposta desde temprano en una roca,
se alisa el pelo con la osamenta de un pez
ya muerto años atrás.

Tiene ganas de sexo
y espera al primero que la goce.

Sus ojos se hunden en el ocaso
y ya su voz ha perdido color verde de las algas que consume
por asuntos de dieta
por cuidar su figura;
ya no canta;
solo susurra algo tan parecido a una canción de cuna
sin oídos que escuchen
sin cuna que se meza
tendida en las olas.

Su pecho está esperando una boca
su boca está esperando una boca
su espalda el contacto de una mano que no llega.

Su unipierna-cola es el vestido que usa para las noches de luna
tal vez alguien deshoja sus escamas
y encuentre la cueva que no conoce ni ella misma
tal vez su hombre-pez se pierda dentro de ella
como se pierden los barcos cuando zarpan
sin más destino que el mar.

Esta noche la sirena miró a alguien acercarse
susurró su canción de cuna
sin embargo el vagabundo
es ciego
es sordo, mi querida sirena.



1 comentario:

  1. Un sireno mira fijamente el horizonte
    hace tiempo que lo hace
    aguardando mitigar una ausencia dolorosa
    sobre una roca vestida de sal y que cobija al gobio
    con dedos fuertes talla corales en formas soñadoras.

    El señor del kraken le arde en el torso
    le insta en furia búsqueda.

    El sol se apaga fundiendo mar y cielo
    y ya la piel sin brillo por los largos días a la intemperie
    lo hace por tenacidad
    para curtir sus músculos
    ya no grita
    solo susurra, como un anciano que aconseja tesoros
    los corre limos hoyan ermitaños
    ya no hay piratas de palo
    ni cacerias bajo el agua.

    Sus manos hambrientan una boca
    su boca un cuello que morder
    su hombría un gemido que se guarda el viento.

    Su cola es la fuerza con que alimenta las mareas
    quizá ella se refleje en sus escamas
    y libere un poder que ni el mismo conoce
    tal vez la mujer-pez lo engulla en su seno
    como hace la tormenta con los islotes huérfanos
    vírgenes de conquista.

    Esa mañana el mar cantaba como siempre
    el sol brillaba el mismo lienzo
    el viento le hablo
    el hombre pez devolvió las tallas al mar y
    se zambullo en el negro acuoso dispuesto a recorrerlo.

    Su poema maravilloso me ha inspirado, espero que no le ofenda señor.
    Atentamente Johnson Ulises.

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