miércoles, 30 de octubre de 2013

Oda a la espuma. Miguel Pousa


James-Wallace Pondelicek - The bather nude


Seductora espuma
agua enmarañada
brillante burbuja,
otros no te ven
como yo te veo,
hay que estar dispuesto
a sacarse los ojos
hay que llorar hasta hartarse
para alcanzar tu milagro
de palabra dulce,
de mano pequeña,
de cabello enredado,
otra vez hacerte polvo
y apoyarme en ti,
tu ámbito que crece
construido
soplando por mi boca
y se dobla infinitamente,
atrapando hasta el tiempo
hirviendo el sol en tus raíces
y explotando

No me oyes pidiendo
sangre a gritos
y en tu circunferencia
de cristal despedazado
esperas desnuda
chupándote la sal

Derrumbándote
solo así puedes ser

¿Podemos vestirte de novia
ungida por el mar?

¿O construirte una casa?

¿Podemos llevarte a hombros?

O te escapas corriendo
a esconderte,
a hacerte bruma,
a mirarte en el espejo,
a trabajar picando piedra
encadenada,
a ser espesa selva virgen,
o contenido de fragancias
alcohólicas,
contenido de miradas
a través de los vidrios
no alcanzo sino a resumirte
sigues misteriosa
espuma, ¡espuma!
crepúsculo de lenguas desatadas



martes, 29 de octubre de 2013

Vecinos extranjeros. Germán Piqueras



The bedroom used by Little Edie after her mother died.
A single light bulb hangs in a bird cage above the bed.



Esta prisión de escuchar
cómo dos, que quieren ser uno,
hacen y deshacen el amor
a su manera, sin bromear.
Ese no pensar en el ataúd
en el que estoy yo,
inyectándome las agujas del reloj,
para que el tiempo se quede
dentro de mí y pueda domarlo,
hacer perpetua la musicalidad
del placer ajeno.
Este silencio impaciente
que viene cuando el mundo se ha acabado.
Esos alaridos que superan todo
lo que la filosofía ha intentado explicar
a lo largo de su historia muerta.



lunes, 28 de octubre de 2013

EBCPE. Julio César Álvarez





¿Sigue siendo -o ha sido alguna vez- revolucionario escribir sobre sexo?

Lo ha sido y sigue siéndolo. Probablemente lo será siempre. Si en el mundo hubiera buen sexo y erotismo de cierta calidad, nadie se plantearía una guerra en Siria. El mundo va mal porque hay poco sexo. Esto lo dijo Freud a su manera (luego lo continuó Wilhelm Reich) y aquí parece no haberse enterado nadie. El sexo es muy revolucionario, pero si sólo queda reducido al sábado por la noche, ocurre más bien al contrario. Se convierte en algo reaccionario. Escribir sobre ello es recordar una posible solución. 


¿Qué tal está la poesía? ¿Cómo le trata la vida?

La poesía está bien. Y estará bien eternamente. Los agoreros de la muerte de la poesía -cada cierto tiempo surge alguno- todavía no se han dado cuenta de que la poesía es un rasgo humano, una forma total de existencia, y por tanto nos sobrevivirá y pasará por encima como una de esas máquinas con rodillo que alisan las autopistas. La poesía es una buena compañera, una gran amante. Da mucho y pide poco. 

La vida me trata bien. Me da poco y pide mucho. Es interesante.


Hay barras de bar y minibares en este poemario. ¿Es importante el alcohol para seducir? ¿Por qué flirteamos en los bares?

Dicen los argentinos que los españoles no vamos al psicoanalista porque nos pasamos el día en los bares. Puede ser. Luego está la represión y el miedo, todo eso lo deja a un lado el alcohol. Nos han dicho desde niños tantas veces que el sexo es malo, que nos lo hemos creído. Y la mayoría necesita alcohol para decir lo que siente, actuar cómo le apetece, etc. El alcohol es ese justificante perfecto en muchas personas para ser ellos mismos. El bar es el único lugar acotado socialmente para beber y flirtear. Hacerlo en cualquier otro sitio resulta sospechoso. Somos más conservadores de lo que nos gusta pensar.


Hay música en “Erosionados”. ¿Le acompaña cuando escribe? ¿Qué sonaba cuando escribió los poemas que aparecen en esta antología?

La única música creíble para tener sexo es algo tipo Gainsbourg. El francés es un pueblo que ha tenido más sexo que el resto, y eso se nota. Para escribir en cambio valen muchas cosas. Prácticamente todo. Mientras no sea con letras en castellano, claro, que confunde y mata el estilo. Para escribir he estado escuchando Alan Vega, The Fall o Television Personalities. Algo, en principio, bastante antierótico.


¿Por qué la habitación de un hotel?

Un hotel es un lugar extraño. Uno de esos espacios donde aparantemente no ocurre nada y sucede todo. Es el lugar perfecto para cometer un crimen, hacer un interrogatorio o tener el mejor sexo de tu vida. De hecho, cuando uno entra con alguien en una habitación de hotel se ve moralmente obligado a tener sexo. Es un código aceptado. Y para colmo, al día siguiente te hacen la cama y vuelven a colocarte en el baño nuevos frascos de champú y gel. Además, tiene esos cartelitos que ponen NO MOLESTAR para colocar en el pomo de la puerta y que curiosamente todo el mundo respeta. El paraíso debe ser vivir siempre en un hotel.


¿Qué se pone para escribir?

Me gustaría decir que algo sexy, pero no sería verdad. Cuando uno escribe se pone algo muy cómodo. No tiene mucho sentido ir de chaqueta-pantalón o con una corbata al cuello. La escritura fluye cuando uno se siente relajado.


sábado, 26 de octubre de 2013

Transversa. Ericka Volkova





Le sentí explayándose dentro mientras lentamente le introducía. Despacio, dejando que la vagina le lubricare para continuar penetrándome en ese interminable ahogo que a mi boca enmudecía en un susurrante y sordo quejido, abrazándole con los músculos de la vulva en el redondel de su adusta y firme carnosidad, con mis muslos alzados para rodear sus caderas y entrelazar los tobillos a su acuñada cintura, sin dispuesta estar a que, falta del ímpetu necesario, profanare acaso la decisiva precariedad de una falsa huida. Sus firmes e ingrávidos senos denostaban la obvia prematura de nuestra edad. La inexperiencia de ambas aunaba con la premura de un juego sexual que había soslayado las pocas caricias previas que entre ambas intercambiaremos, apresurándonos entre los besos para desvestidnos de los caprichos que ahora sobre el piso de la habitación desparramados yacían y que a nuestros cuerpos de la impunidad habían cubierto, ocultando la desigualdad de unos ojos cegados, negándonos a observar lo que negado por la prohibición el tabú nos prohibiere. Disformes, amoldamos los cuerpos a ese amorfo anudado, jadeantes la una y la otra, ensordeciendo la cúspide del silencio que nos rodeare, cubriéndonos del atardecer que sobre nuestra sudorosa piel agotare la fatiga de las pelvis que, en movimientos constantes y continuos, a nuestros dispares sexos satisficieren. Y ella, de su genética transversa, de mí hizo que en su cuerpo la belleza yo admirare.

jueves, 24 de octubre de 2013

Alicia y el “lobo”. Patricia Olivera





Llegó puntual, como siempre, a esa cabaña apartada donde habían acordado tener sus encuentros.
Hizo todo lo que él le había enseñado que debía hacer. 
Quedó desnuda frente al espejo de cuerpo entero; los senos, que ahora estaban cubiertos por sus rubias trenzas, habían comenzado a verse más turgentes en su cuerpo ya púber. Del mismo modo, su cintura estaba más delineada. Jugueteaba con las trenzas mientras se miraba de costado, sus caderas se habían ensanchado, y eso le gustaba. Sonrió, le dio gracia verse desnuda, llevando sólo las medias a rayas y los zapatos de charol. 
Se echó las trenzas hacía atrás y se quedó seria, contemplándose. Se pasó la lengua por el labio inferior y sus manos comenzaron a acariciar cada tramo de su blanca piel, hasta llegar a su entre pierna, donde jugueteó con los rizos castaños, primero, y luego comenzó a masajearse el clítoris. Cerró los ojos y jadeó con fuerza. 
─Despacio ─le susurró una voz desde la penumbra de la habitación─. Sabes que me gusta ver que te lo hagas despacio. 
Ella se detuvo y miró en su dirección, hizo un mohín coqueto y se disculpó. 
Se acuclilló frente al espejo y abrió las piernas, apoyándose sobre una de sus manos; ver sus labios ya húmedos y el clítoris asomando bajo su vello púbico la excitó más. 
Con el dedo índice de la mano libre comenzó a delinear con lentitud los pliegues que ya se estaban inflamando. Volvió a mirar hacía la penumbra. 
─¿Así te gusta? ─preguntó, simulando voz aniñada. Sólo recibió un jadeo por respuesta─. Si soy buena, ¿me dejarás jugar con tus hijas? ─volvió a preguntar, moviendo las caderas y emitiendo un gemido cuando se introdujo dos dedos. 
─Ven aquí, Alicia ─le ordenó la voz, ahogada por el deseo. 
Ella se acercó a la penumbra. Una mano de hombre, con una gema roja brillando en uno de sus dedos, la tomó por la cintura y la sentó sobre él. Ella pegó un gritito y comenzó a moverse aferrada a su cuello, echando la cabeza hacia atrás mientras él abarcaba uno de sus senos con ambas manos y mordisqueaba el otro. 
─Si eres buena, no sólo te dejaré jugar con mis hijas ─le susurró entre jadeos─; escribiré un cuento para ti, tan maravilloso como ese hueco caliente que tienes entre las piernas. 
Alicia sonrió y sus jadeos se elevaron, nuevamente experimentaba uno de esos orgasmos que tanto la asombraban. 
Alicia en el país de las Maravillas se llamará... ¿Te gusta el nombre? ─murmuró él, antes de lanzar un grito, en el momento exacto en que se derramaba dentro de ella. 



martes, 22 de octubre de 2013

El secreto. Alfonso Vila Francés

The Virgin Forest by Thomas Weir, 1969, for Avant Garde Magazine



“No sé cómo alguien puede aguantar contigo ni veinticuatro horas”, dijo ella. “Eres un cerdo”.
Ella se llama Mary Lou. Por supuesto es un mote. Un mote que a ella le fastidia mucho y que yo no paro de repetirle. La frase la dijo hace ya medio año. Aún está aquí.
Soy un cerdo. Eso no se discute. Si ella no se ha largado es porque no tiene donde caerse muerta. Bueno, la verdad es que no me molesta demasiado.
“Tiene un buen polvo”. No me gusta esa frase. Es la típica frase de un gilipollas que no se come un rosco. Pero es la pura verdad. Tiene un buen polvo. Sobre todo cuando va empastillada.
Cuando va de éxtasis o de tripis o de ácido se deja follar de maravilla. Incluso mejor que cuando está borracha o cuando se ha pasado con la coca. Es curioso cómo las diferentes drogas afectan a la capacidad de follar y ser follada. Sobre todo de ser follada, que es lo importante.
A mí no me gustan las tías que quieren mandar. No me gusta que me den órdenes, que me digan cómo hay que ponerse, que las toque así o asá, que vaya más deprisa o más despacio… Hay mujeres que te van recitando una lista de normas mientras follas… Eso le quita las ganas a cualquiera. Por lo menos a mí…
Si ella exige demasiado, se acabó la fiesta. Por eso he cortado con más de una. Y no me arrepiento.
Pero Mary Lou es dócil. De normal es todo lo dócil y sumisa que yo quiero que sea. Y luego tiene unos días asquerosos, unos días en que está de un humor de perros y no se la puede ni tocar. Pero por mucho que se enfade y me diga que se va a largar, e incluso se largue al final, siempre vuelve, porque no tiene donde caerse muerta.
Una vez se fue a la ciudad. Estuvo fuera una semana más o menos. Luego volvió como si nada. Entró en la casa y se sentó en el sofá.
–¿Cuándo coño vas a comprarte una tele? –gritó.
Yo estaba arriba. La había visto venir por el camino. Bajé y la agarré con fuerza. Ella protestó. La levanté del sofá y le metí mano. Llevaba unos vaqueros sucios.
–¿Qué quieres? No tengo ganas –volvió a protestar.
Sin hacerle caso, le bajé de un tirón los vaqueros y las bragas. Se quedó quieta en mitad del comedor, con la ropa por las rodillas.
–Me he follado a un montón. Me he follado a tantos que he perdido la cuenta.
Sabía lo que iba a pasar y lo estaba deseando.
–Eres una puta. Y te vas a enterar…
Me quité la correa. Ella se corre de gusto con sólo ver que me quito la correa. Se colocó en posición. Los pies separados y la espalda arqueada. Las manos sobre la mesa y la cabeza entre los brazos.
Empecé a darle. Primero despacio, luego más rápido. Empezó a gemir. Me pidió que me la follara.
–¿Qué dices? No te oigo.
–Fóllame. Métemela ya… ¡Por Dios!
A mí no me van demasiado los azotes. Lo hago por ella. Le encanta que monte teatro. Le recuerdo a su padre. Pero Mary Lou no es masoquista. Le gustan los castigos, le gusta sentirse una niña mala, pero no le gusta el dolor. Si alguna vez me paso, ella se enfada.
Yo le pido perdón. A mí tampoco me va el dolor. Con dejarle el culo rojo tengo suficiente. Pero a veces me emociono con la correa. Y la culpa también es suya, porque ella agita el culo, jadea, me pide que le dé más fuerte, y yo no sé cuándo lo dice en serio y cuándo no.
Apareció Churchill y se fue directamente a su coño. Llega a la altura justa y si no lo aparto de una patada empieza a lamérselo.
Dio dos ladridos y empezó a subir y a bajar del sofá de un salto. Mary Lou se rió y yo le pegué un grito. Pero no había forma de quitárnoslo de encima.
–Lo voy a llevar al corral –le dije a Mary Lou.
–¿Qué? ¿Ahora? No me dejes así, ¡Joder! –protestó ella.
–¿No te has follado a tantos…? Pues ya vas servida…
Cuando vio que me iba con Churchill se subió el pantalón y volvió al sofá, maldiciéndome.
La tuve así toda la tarde. Después de cenar le dije que me iba a dar una vuelta.
–¿Dónde vas? ¿No quieres el postre?
Se pegó a mí como una lapa. Me acarició la nuca y me dio varios mordisquitos. Ella sabe hacer eso muy bien. Estira la piel y parece que se la va a llevar con los dientes, pero no te hace daño. Lo mismo que cuando te mordisquea los cojones o la polla. Tú le dejas hacer porque sabes que no cometerá un error de cálculo, ni queriendo ni sin querer. Con otras mujeres he tenido muy malas experiencias. Pero Mary Lou, si no va borracha, no es peligrosa.
No se lo iba a poner tan fácil. Me la quité de encima y mientras lo hacía le contesté que “el postre me lo había tomado ayer en el Oasis”. Eso le sentó mal. Muchas veces hemos discutido por eso. Me dice que no entiende por qué voy de putas si la tengo a ella. Yo le respondo que follar con una sola mujer es muy malo para la salud. O le respondo que hago lo que me da la gana y que si no le gusta pues ya sabe dónde está la puerta. Según como me pille.
Esa noche no discutimos. Mary Lou se limitó a meterme mano en el paquete y a murmurar con esa voz suya que sabe que me pone muy cachondo: “Bueno, tú verás… Pero ibas a tener un regalo especial…”. Y claro, entre su tono y sus palabras no pude menos que cambiar de idea. Hacía más de dos semanas que no tenía “regalo especial” y aquella promesa era algo que no podía pasar por alto. Pero los regalos hay que ganárselos. Y al final siempre acaban saliéndote caros.


No volvió a quejarse por la tele. Ni por las estufas. Ni por los mosquitos y las moscas y las arañas y las culebras y los escarabajos y los escorpiones y por todos los bichos y animales del mundo. Pareció que ella también estaba deseando hacer las paces conmigo. No tuve que esperar mucho para tener mi regalo y ella no puso ninguna condición. Por la mañana se levantó temprano y cuando me desperté me había preparado el desayuno.
–¿Has dormido bien, eh? –preguntó sonriendo.
–De maravilla. Soy el hombre más afortunado del mundo.
Mary Lou pensó que lo decía como un cumplido. Pero lo decía de verdad. Lo decía porque era así como me sentía. En realidad no pido mucho a la vida, un buen polvo de vez en cuando y un par de cosas más. Con eso me basta.


Vinieron días tranquilos. Ella me ayudaba en la huerta. Daba de comer a las gallinas y a la cabra. Limpiaba la casa y preparaba la comida. Después salíamos a pasear con Churchill y con Lisa. Lo mejor de vivir en el campo son los paseos al atardecer. Bajábamos al río y nos dábamos un baño cuando ya se habían ido los veraneantes. A Mary Lou le encanta que le vean el culo. Lo va enseñando por todas partes. No hay remanso del río, prado o bosque donde no se haya desnudado. Pero a mí los veraneantes me ponen enfermo. Sobre todo las pandillas de chavales que van de acampada y los domingueros. Son escandalosos, estúpidos, guarros e ignorantes. Lo dejan todo lleno de porquería y se creen con derecho a pisar por donde les da la gana. Más de una vez he estado a punto de darle una bofetada a algún crío gilipollas, o pegarle un buen grito a una maruja patosa. Pero aquí no quiero tener problemas. En el pueblo me conocen todos. Y los domingueros son bien recibidos en el pueblo porque se dejan el dinero en el bar y en el supermercado. Y algunos incluso duermen en el hostal.
Así que lo mejor para no tener problemas es bajar tarde al río, cuando ya está empezando a anochecer. Y aunque el agua está fría y no te puedes secar al sol, por lo menos te puedes bañar tranquilamente en pelotas y luego siempre te puedes dar un revolcón en la orilla, que eso también sirve para entrar en calor.
Llegaron las fiestas y los dos estábamos de buen humor. Desde principios del verano ella no había tomado nada. En la verbena de San Juan había pillado una buena borrachera, como siempre, pero no había mezclado el alcohol con las pastillas. Yo tuve miedo porque no pude estar controlándola. Pero dejé aviso a Toni y a el Maño y ellos la tuvieron a la vista en todo momento. Bailó como una loca y montó un pequeño escándalo al final de la noche, pero luego se dejó conducir como una vaca mansa. Y por la mañana me la encontré durmiendo plácidamente en la cama, con los perros acurrucados a su lado. Mary Lou borracha tenía un buen polvo. Se abría de piernas y te dejaba entrar entre ronroneos de gata dormida. Y Mary Lou con las pastillas justas se volvía una fiera salvaje, y te llenaba el cuerpo de arañazos y bocados, lo cual en ciertos momentos también tiene su gracia. Pero Mary Lou pasada de rosca no era un espectáculo agradable. Sobre todo ahora que yo ya no quería emociones fuertes.
La novia de Toni nos invitó a su peña. Mary Lou estuvo encantadora. No hizo nada de lo que normalmente solía hacer. Habló con todas las amigas de Laura. Estuvo simpática y no llamó la atención más que por su vestido, un vestido negro muy elegante que le marcaba todas las curvas y que hizo que Toni y los otros tíos no dejaran de comérsela con los ojos en toda la noche. Pero por lo demás todo fue muy tranquilo. Fuimos al Dark y no tuve que ponerme chulo con ningún paleto. Ella estuvo todo el rato pegada a mí. Bailó mucho, pero sin alejarse lo más mínimo. Y yo no pensé mal, aunque era evidente que Mary Lou estaba rara.
Llegó la noche de la última verbena y yo me extrañé al ver que no se ponía sus pantalones “todoterreno”. En su lugar se puso unos vaqueros azules, muy ajustados, que le quedaban de maravilla pero que si bebía demasiado podían ser un problema. Pensé en decirle que se los cambiara. Hacía unos meses ella y yo habíamos tenido una discusión muy fuerte por algo así. A Mary Lou no le gustaba usar los servicios de los bares. Decía que estaban asquerosos. Y en las verbenas se montaban unas colas terribles, así que Mary Lou aguantaba lo que podía, y claro… con tanto alcohol algunas veces acababa teniendo un accidente. Con los pantalones negros o con una falda no había problema, pero con los pantalones azules todo el mundo se daba cuenta. Y lo peor es que a Mary Lou aquello no parecía importarle lo más mínimo. Seguía bailando y bebiendo como si tal cosa. Y si yo le decía que aquello no era bueno para su reputación (ya de por sí bastante mala) ella se burlaba de mí.
Una noche me pilló mal y le contesté. No debí hacerlo, sobre todo porque no estábamos solos. Pero me pilló mal, ya lo digo. Y entonces ella me contestó y yo le grité y ella… en fin, que liamos una gorda. Ahora recordaba aquello y miraba con preocupación los pantalones de Mary Lou. No le dije nada, aunque estuve toda la noche pendiente de su entrepierna.
Pero lo que pasó fue algo incomprensible. Mary Lou no bebió. No es que bebiera poco… Es que no bebió nada. ¡Nada! Se pidió un vodka con naranja y tuvo el vaso en la mano toda la noche, sin casi ni probarlo. Y aquello acabó de mosquearme. Y por si fuera poco estuvo otra vez pegada a mí durante todo el rato. Y de tanto en tanto me daba un abrazo o me pedía un beso, y me preguntaba si tenía frío, si estaba bien, si estaba cómodo, en fin, que se preocupaba por mí, algo que no solía hacer cuando iba de fiesta. Así que yo no sabía que pensar.
Cuando llegamos a casa los dos estábamos sobrios. Habíamos andado todo el camino en silencio. Ella se cogía de mi mano y luego se soltaba. Me pareció que algo le rondaba por la cabeza. Pero yo estaba demasiado metido en mis pensamientos para imaginar cuáles serían los suyos. Y sin embargo, lo que le rondaba por la cabeza a Mary Lou debía tener que ver con su extraña conducta. Comprendí que tenía que preguntarle. Y como siempre que una repentina intuición me asalta de repente, no pude tener la boca cerrada ni un segundo más.
–¿Qué cojones te pasa? ¡Estás muy rara!
Mary Lou me miró fijamente. No era una buena señal. Me acerqué y le cogí la mano.
–Si es algo malo, dilo ya – le supliqué.
Me soltó la mano y se sentó en la cama. Empezó a quitarse la camisa pero de pronto se quedó quieta, mirando al vacío. Aquello era muy malo. Pero yo no podía hacer otra cosa que tener paciencia.
–La he jodido –exclamó de pronto.
Si hubiera dicho “la hemos jodido” yo hubiera suspirado con alivio. Pero lo que había oído no era eso. Lo que yo había oído (y me había parecido oír bien) me dejaba fuera del asunto. Yo podía imaginar en qué líos podía meterse ella por mi culpa, pero no sabía en que líos se había metido sin mí. Mary Lou volvió a quedarse en silencio, abstraída. Pero yo me coloqué delante y me agarré la cara con las dos manos.
–¡Dímelo de una vez! ¿Qué pasa? –le grité.
–Si te lo digo te vas a enfadar conmigo –murmuró con un hilo de voz muy débil. Y ya no dijo más.
No hubo manera. Para tranquilizarme me prometió que me lo diría a la mañana siguiente. Pero cuando me desperté ella se había ido.


“Me has tratado bien. Es mejor que me vaya. No preguntes. Es mejor que no lo sepas”. Eso decía la nota. Sólo eso. Cuando la vi pensé que era una broma, que ella estaría escondida por alguna parte. Era estúpido. Pero no podía creerme que se hubiera ido. No así.
Siempre que se marchaba era después de una discusión. Y cuando se le pasaba el enfado volvía. Podía pasar un día o una semana, pero siempre volvía. Yo no tenía que hacer nada. No tenía que ir a buscarla, sólo tener paciencia, y no cagarla después, cuando volviera con cara compungida, pidiéndome perdón con los ojos…
Aquella mañana yo no sabía qué hacer. No habíamos discutido. Yo era un cerdo. Y a veces ella tenía razón en enfadarse… Pero aquella noche no había pasado nada. Estaba rara, muy rara, pero yo había tenido paciencia con ella. Y ella me había prometido que me lo contaría todo…
Evidentemente ella no pensaba contarme nada. Fuera lo que fuera, había decidido no decírmelo.
Así que traté de averiguarlo por mi cuenta. Estuve pensando bien cómo hacerlo. Podía preguntar al Toni y al Maño. Pero era evidente que, si ellos sabían algo, no me lo iban a decir.
Lo mejor era disimular. Hacerme el tonto. Dejar que ellos mismos se delataran. O que lo hicieran sus novias. Ellas siempre estaban criticando a sus hombres. Si podían humillarles en público, no perdían ocasión de hacerlo. No decían nada del otro mundo, por supuesto, pero a veces un simple comentario podía ser más revelador de lo que ellas pensaban. Yo sólo necesitaba una pista, un hilo del que poder tirar…
Dejé pasar unas semanas. Luego agucé el oído… Pero nada. Nadie se fue de la lengua.
El verano está a punto de terminar. Nada ha cambiado, pero todo es peor. Hace unos días me llegó una postal suya. Fue una sorpresa. Y una gran decepción… La postal repetía lo mismo. “Lo siento. No tengo derecho a hacerte daño. Es mejor dejar las cosas como están”. ¿Qué coño quería decir con eso? Era una postal antigua. Una playa cualquiera con bañistas y apartamentos. Benidorm años sesenta. Pero también Cullera, o la Costa Brava o Marbella. No tenía remite. El matasellos no aclaraba nada. Estaba muy borroso. Podía ser de cualquier sitio.
Muchas veces pienso que esto es una broma, una broma pesada. Mary Lou es capaz de eso. ¿Pero por qué? Otras veces pienso lo contrario. Que no es capaz de hacerme algo así. Soy un cerdo. Pero no la he tratado mal.
No tengo ganas de hacer nada. He ido al Oasis (antes no iba, A Mary Lou le decía que iba para enfadarla, pero en realidad me iba a algún bar o a dar una vuelta por los campos), pero no tenía ganas ni de eso… Ya no me interesan mis proyectos. No entiendo nada. Hace ya un mes.
Ella aún puede volver. No es la primera vez que se va. Miro la ventana todo el rato. En cualquier momento me parece que va a aparecer por el camino, con sus vaqueros sucios, con su sonrisa pícara. Dispuesta a ponerme a cien.

lunes, 21 de octubre de 2013

EBCPE. Emily Roberts






Relacione estas dos palabras: “sexo” y “soledad”.

El sexo busca desprenderse de la soledad. A veces busca compartirla.


¿Sigue siendo -o ha sido alguna vez- revolucionario escribir sobre sexo?

Depende siempre de un cómo: cómo se trate, cómo se escriba. Pero creo que hoy en día el sentimentalismo es más tabú que escribir sobre sexo puro y duro. Supongo que hay épocas en las que, dentro de un contexto ideológico más bien reciente, sí ha sido más provocador, pero no se trata de ninguna novedad (se me ocurre, por ejemplo, Catulo y mucha poesía medieval).


¿Por qué accedió a participar en esta antología? 

Por un lado, como reto para mí; por otro, alguna vez me han comentado que mi poesía es erótica sin que esa fuese mi intención primaria. Hay muchas formas de vivir el erotismo, claro, y también es algo que me parece interesante leer en los textos de esta antología.


¿Es la poesía una forma de perversión?

Toda buena literatura lo es. Más que de perversión, yo diría de subversión, o incluso –ojalá– de transformación, de crear un nuevo lenguaje y, en consecuencia, otra forma de mirar. De mostrar no quizás algo nuevo, pero sí lo que a diario no vemos, consciente e inconscientemente.


Hay música en “Erosionados”. ¿Le acompaña cuando escribe? ¿Qué sonaba cuando escribió los poemas que aparecen en esta antología?

Necesito silencio para escribir. Sin embargo, los momentos sobre los que escribo suelen tener banda sonora, curiosamente sin que yo lo elija. Cuando escribo, es como si el mundo se detuviera. La escritura y el sexo se parecen bastante en ese sentido.


La noche es nuestra. Germán Piqueras





Vivo en un lugar donde solo se escucha.

Mi única visión es la luz amarillenta
que ilumina los candentes tacones,
de chicas que celebran cada noche
que tienen veinte años.

Yo, sin embargo, tengo todos los años que existen.
Los oídos más grandes y sensibles de este universo,
y una imaginación que roza alguna sinceridad,
y casi todas las perversiones. Por dulces que sean.

Tengo la suerte de escuchar nuevos pasos
cada diez minutos, cuyas ondas ahondan
más mis arrugas y forman otras nuevas
en los lugares más tersos de mi enferma inocencia.

Mis ojos tienen la mueca de quedarse aquí,
en esta eternidad de desconocimiento mutuo
entre quien camina y quien escucha.

Me conformo con que pisen mi silencio
con su jaleo desmadrado.
Sus tacones tienen más poder que los
libros que no leo.



domingo, 20 de octubre de 2013

Si yo quiero tú te atas. Cristian Piné




Taryn Andreatta photographed by Nicolas Guerin.





 



si yo quiero
tú te atas desvaneces
y te quedas
siendo casi sombra
un poco menos
siendo movediza

                                 intenta desatarte aunque no quiera
                                 intenta liberarte de la asfixia
                                 intenta no reírte mientras tanto
                                                                                                 
                                                                                                    la soga abrasa y lame
                                                                                                    si te meces
                                                                                                    un arco de un violín
                                                                                                    o de una espalda o
                                                                                                    sólo es una esquina
                                                                                                    de la calle      

                                 intenta la atadura si yo quiero
                                 empieza por las manos y desiste
                                 si llegas al final y ya no hay baile        




             

viernes, 18 de octubre de 2013

Choque. Jorge García Torrego




ras el portazo, se miraron de frente. Fuerte, con la mirada penetrante, al borde del deseo de sangre. Llevaban tiempo sin verse, pero no habían olvidado la cara del otro. Miradas intensas de cazadores. Quien acaba de aparecer por la puerta es David, asturiano, recio, de cuello corto y ancho como el de un toro. Tiene brazos fuertes y se intuyen músculos trabajados. Enfrente, en la habitación, esperando arreglar cuentas por todo aquello, Octavio. 

Octavio es menos imponente que David. Colombiano, flaco, pero no débil, siempre en tensión. La primera impresión sobre él cambia al llegar a su cara.  Un gesto ininterrumpido, intenso, contrae sus labios. Sus ojos, arriba, y esa mirada, de animal. El duelo ya no parece tan claro.

Ambos se evalúan, de lejos, con respeto. Saben que el momento llegará y no podrán aplazarlo más. Bastante lo han hecho ya. David aprieta el puño. Octavio nota ese movimiento y duda. Un segundo, pero duda. Luego da un paso y lo acompaña con su cuerpo y su mirada. David, se lanza hacia delante también.

Están desatados, rabiosos, poderosos, contundentes hasta el momento, inevitable, de chocar. Y llegan, se chocan, se encuentran los músculos, las miradas, los puños y se buscan las bocas, rojas de rabia, de animales. Sus brazos se contraen, empiezan a nacer los sudores, se encuentran, se encuentran, se están encontrando. Apartan los músculos, y se encuentran. Apartan los puños y se besan. Se retuercen en un beso que arde en dos bocas rojas.

Un beso sin piel, sin género. De hombres. Un beso que arde, los quema y une, los  desnuda, les revuelve las pieles, y solo quedan, después del beso, dos montones de músculos calientes.

martes, 15 de octubre de 2013

Perritos calientes. Jorge Ortiz Robla



Jackie Kennedy mannequin. 1961



Me dijo, el cuerpo dentro del cuerpo quita la sed y el hambre.
El movimiento pendular oscilatorio reanima todo corazón.
-Ya no estás muerto, ¿lo ves?,
Ya no estás muerto-

Recuerdo su ropa interior enrollada
como un cruasán encima de la mesa.

Me dijo, el sexo dentro del sexo absorbe la sangre
como una sanguijuela.
Me habló de la fricción de la piel,
del chasquear de los muslos
como un mar de brasas.

Recuerdo la lluvia empapando por dentro los cristales,
la resurrección de la carne,
y esos pechos con sabor a perritos calientes.




lunes, 14 de octubre de 2013

Dormir es de muertos. Arantxa Romero


 Romy Shneider  & L. Visconti filming Boccaccio 70
(Mario Monicelli, Federico Fellini, Luchino Visconti y Vittorio de Sica, 1962)




Dormir es de muertos
me dijo
poniéndose sobre mí
abriéndome las piernas
para vivirme de nuevo





Publicado en el nº XXI de la revista digital Periplo

EBCPE. Jesús Carrasco Gómez






Relacione estas dos palabras: “sexo” y “soledad”.

Son dos palabras que podemos relacionar de muchas maneras. La más fácil sería la masturbación, pero después de la masturbación podríamos encontrar al sexo como un modo de luchar contra la soledad, también podríamos ver como el sexo, para algunas personas, no es suficiente para romper esa soledad ya que para ellos el sexo sólo significa correrse en otra entrepierna.
Y se podrían buscar muchas otras relaciones. De momento, a mí me parece esta última la más interesante.


¿Qué tal está la poesía? ¿Cómo le trata la vida?

Yo pienso que la poesía está muy bien. Antes de la revolución digital siempre se decía en los medios y por todas partes que se leía poca poesía. Ahora se lee más poesía que en cualquier otra época de la Humanidad y el autor llega directamente al lector sin intermediarios. Se escribe muchísima poesía, y entre toda esa poesía hay bastante que merece la pena, y entre toda esa poesía que merece la pena hay poesía muy buena, y entre esa poesía muy buena hay obras maestras. Lógicamente también hay toneladas de mierda, pero siempre la ha habido.


La importancia de que nos reciten. Presentaciones de libros, lecturas en bares, slam poetry, prostíbulo poético. ¿Qué opina?

Es algo totalmente necesario, casi diría que es lo más importante, incluso más que publicar en papel. Es la expresión viva de la poesía. La poesía está hecha para ser recitada.


Hay barras de bar y minibares en este poemario. ¿Es importante el alcohol para seducir? ¿Por qué flirteamos en los bares?

Pues claro que es importante el alcohol. Ya lo decía Ovidio en el Ars Amandi. El alcohol es nuestro modo de ser más espontáneos, menos tímidos, más promiscuos, más primarios.

Los bares están hechos para relacionarnos entre seres humanos y una de las relaciones más importantes de nuestras vidas - si no la que más- es el sexo-amor.


¿Mecanografiado o a mano?

A mano, siempre a mano. Por muchas razones:

Razón erótico-romántica: escribir es como hacer el amor, acaricias el papel y te corres en tinta.
Razón creativa: escribo en todas partes y no siempre tengo un teclado a mano.
Razón correctiva: esto me obliga a fijar más filtros entre lo primero que escribo y lo que termino publicando.
Razón estética: tengo que confesar que me gusta ser el notas del bar que saca una libreta para escribir algo, aunque sea la lista de la compra (pero eso que nunca lo sepan).


Booktrailer de Erosionados

Realizado por Carolina Villafruela y Gerardo Ardoy.
Con los poetas: Jorge Pascual Blanco, Raquel Lanseros, Sara R. Gallardo, Jorge García Torrego y Rebeca Álvarez Casal del Rey. 


viernes, 11 de octubre de 2013

Carne es carne. Esencia Azul Lisérgica



Better than Sleep



Desciende a tu mente, inherente
a tu cuerpo consciente
que enerva, que duerme, que siente, inconsciente.
Ahora el tiempo no existe, resiste
dentro del ente que esconde pendiente
la caja que guarda acallada la furia, el anhelo, la rabia
que arde en el frente, esperando inmóvil, estático
hasta que surge la chispa y dilata tus pupilas
y el abismo se hace presente.

Donde no paras de escribir, donde no dejas de soñar
donde insultas a tu ser y castigas tu mirada
por querer recorrer despierta otra carne que no es tuya
donde vista es tacto y surge el llanto que te dice
que le toques, le acaricies, que le muerdas
y le arañes ferozmente, se acompasen los quejidos
y codicies el infierno hasta que pierda los sentidos.

Fundirme en su dolor, fundirme en su placer.



jueves, 10 de octubre de 2013

Mano, nuca, alfiler de limones. Jorge García Torrego


A horse and jockey tattoo, 1930s



Mano, nuca, alfiler de limones
tu lengua helicóptero sediento
chocar mordiscos contra tus muslos.

Resucitar el ojo con uno solo de tus pechos
sábanas derrota por el suelo
cuerpos abiertos como la lluvia

zumo de labios y risa:

yegua compartida.