miércoles, 5 de marzo de 2014

Podología. José María Martínez







Desconozco todo sobre tus calcetines.
Quiero creer que te los cambias cada día,
pero la verdad es que ignoro de dónde salen.
En ocasiones descubro alguno entre los míos,
tal vez hasta los he calzado en un momento confuso.
¿Dónde los guardas? ¿Cuándo los lavas?
¿Dan vueltas en el tambor junto a mis calzoncillos
y se secan juntos al calor de nuestra terraza?

Nunca me había fijado en ellos
aunque dan mucho de sí. Te los quito
de un tirón, y quedan colgando ridículos
como muñecos de guiñol, como moco de pavo.
¿Dónde van luego? Me da lo mismo. Te imagino
de compras en la sección de ropa interior.
¿Cómo los eliges? ¿Vas sencillamente
al cajón de los más baratos?
¿100% algodón o con algo de lycra?

La tarde que te conocí, no reparé en tus calcetines.
Las manos se me fueron a tus piernas morenas.  
Venero tus pies de estatua de diosa griega
tus tobillos de guerrera nubia, la tibia
carne en el hueco de tus rodillas.

No me importa el destino de esos envoltorios
cuando los arranco como piel de conejo
para revelar el suave relieve de tus dedecitos,
sensibles pececillos al tacto.
Cuando rezo a la bóveda de tus pies
con dedicación, cuando digito
y pulso las cuerdas que convierten en placer
la ancestral tortura china, nadie más conoce
el secreto que ocultan tus calcetines.

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